viernes, 3 de agosto de 2012

"Bill, Héroe Galáctico" de Harry Harrison

(Reseña previamente publicada en Melibro)

Harry Harrison publicó esta novela en 1965 y, desde entonces, es considerada un clásico en el género de la “parodia sci-fi”. Sin embargo, mi experiencia (reforzada por la lectura de varias reseñas) me dice que es una obra a la que el paso del tiempo no ha tratado bien. Sin embargo, no pretendo dar a entender que su calidad haya palidecido. Más al contrario, considero que sus lectores pasan ahora de forma desapercibida sobre elementos que, cuarenta años atrás, resultaban obvios. De otra forma (y tratándose del género que es) no se entiende el uso de ciertos estereotipos e instituciones, que pueden resultarnos cómicos, sí, pero muy probablemente nacieron con un espíritu burlesco que ahora no captamos.

La sinopsis de la novela, por otra parte, está más cerca del humor negro que de la simple parodia. No en vano la historia de Bill es la de un muchacho del campo, humilde y más bien simplón, al que la maquinaria de un imperio ultrabelicista acaba transformando en la peor versión del soldado veterano. En el camino tendrá que sobrevivir (en el amplio sentido de la palabra) a un campo de entrenamiento implacable, a batallas en el vacío del espacio, a una retorcida burocracia totalitarista, al reclutamiento como agente doble en una conspiración disparatada y, finalmente, al puro y simple campo de batalla.

En primer lugar, ya que se trata de una parodia de obras sci-fi, me parece obligatorio reseñar las referencias presentes a lo largo de la trama. Y, siguiendo el orden de los sucesos, lo primero que resulta obvio corresponde a “Las Brigadas del Espacio” de Heinlein. El campo de entrenamiento Leon Trotsky, el brutal sargento instructor y sus métodos de adoctrinamiento exudan sorna hacia estos ejemplos de sci-fi belicista. Leyendo las descripciones de los sufrimientos por los que pasan los reclutas, lo último que uno quisiera sería formar parte de los gloriosos ejércitos imperiales.

La otra referencia “obvia” es el Trantor de “Fundación”; transplantado desde el universo de Asimov en un formato casi literal como capital del Imperio de los humanos: un planeta cubierto por el cemento y el acero para convertirlo en un laberinto administrativo (literalmente), hasta el punto de necesitar pesados planos para poder llegar de un punto a otro. Aquí se exacerban sus críticas, alcanzando el absurdo cómico en varios de los pasajes que narra.

Por desgracia, como ya he dicho al principio, las bromas a costa de otras obras resultan, cuando menos, difusas. Se pueden identificar chistes puntuales (la referencia a RUR, por ejemplo), pero al llegar al final del texto uno se queda con la sensación de haberse perdido una importante porción de ese humor paródico. Quizás alguien más versado en la sci-fi podría arrojar aún más luz a este respecto...

Además, quiero dejar una reflexión propia sobre ciertos elementos que, posiblemente, fueron inspirados en el mundo real y la situación de los USA en 1965. Y es que ese es el año en que comenzó la intervención directa en Vietnam, tras una escalada de operaciones militares “in situ”. Sea casualidad o no, casi resulta premonitoria la forma en que Harry Harrison imagina a Bill combatiendo contra los terribles enemigos que mantienen en jaque a la humanidad: los “chingers”. La batalla tiene lugar en un planeta cubierto por una jungla inaccesible y venenosa, donde hombres o máquinas resultan inútiles contra su incansable enemigo y del cual sólo se vuelve muerto. Aparte, también nos presenta una escena previa que podría formar parte de cualquiera de esas películas pensadas para concienciar al ciudadano contra el “peligro del enemigo interior”: un miembro del ejército que resulta estar “controlado” por un chinger. Pasaje que puede ser un reflejo de la psicosis inducida por la Guerra Fría, ya que el McCarthismo quedaría un tanto lejano en el tiempo (más de diez años).

Por último, no puedo dejar de recomendar la lectura de esta novela, lamentando a la vez que muchos de los que nos sumergimos en su locura no seamos capaces de ponderar en la justa medida las bondades que le dieron fama.

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