viernes, 8 de enero de 2016

Los "Cuentos Cuánticos" (10)

La sección dedicada a los cuentos de Ni colorín, ni colorado continúa su singladura en este año nuevo, y estrena el 2016 hablando de uno de los últimos cuentos clásicos que han pasado por el tamiz de Disney en su conversión a dibujos animados: Rapunzel (y debo decir, a pesar de mi ácida critica a la dulcificación que eso ha supuesto siempre, que es una de mis películas de animación favoritas de los últimos tiempos, por su tono cómico).

Lo cierto es que también  fue una de las últimas incorporaciones a la recopilación. La razón básica es que, cuando repasaba la lista de cuentos clásicos a la búsqueda de "candidatos con los que trastear", éste era uno de los pocos que no sabía muy bien cómo encarar. A pesar de lo truculenta que es la historia original, no se me ocurría ninguna idea con la que plantear otro "epílogo" (aunque ahora creo que, precisamente por ser un relato tan trágico, no era capaz de pensar en un futuro que superase esa crueldad con los personajes). Por eso, decidí que debería afrontarlo desde el punto de vista del cambio de género. Una alternativa que tampoco resultó sencilla de resolver.

Al buscar los posibles paralelismos existentes entre la trama del cuento y los tópicos de algún genero literario, mi primera elección me dirigió hacia el cyberpunk y los mundos virtuales. ¿Por qué? Porque los cabellos de Rapunzel, extendiéndose para permitir al príncipe alcanzar su celda, me hacían pensar en internet. Ahora, haciendo memoria para redactar este artículo, creo que la analogía de los cabellos con hilos de oro fue lo que llevó mi razonamiento por esos senderos tan extraños. Sin embargo, nunca logré desarrollar esa propuesta (aunque me resultaba muy evocadora) y, al escribir una versión cyberpunk de otro clásico, decidí desecharla porque no me interesaba repetir género.

Pero, para entonces, Rapunzel se había convertido ya en una espina que necesitaba sacarme. Tenía que haber una forma de recontar su historia. De modo que seguí buscando esa clave que me orientara en su "trasplante" literario. Y la respuesta, vista ahora en perspectiva, resultaba de lo más obvia: las novelas de espionaje. Rapunzel es una joven con cualidades extraordinarias, cautiva en una cárcel inexpugnable ("detrás de un muro"), y cuyo aspirante a rescatador sufre una tortura terrible por parte de su carcelera. Al pensar en la historia en esos términos, me recordó a las típicas tramas de espionaje durante la Guerra Fría. Esas en las que se hacía necesario rescatar a un genio científico de las garras del malvado comunismo. Y aunque soy más aficionado a las películas que a los libros de esa temática, eso no me amilanó. De hecho, me tomé como un reto el conseguir plasmar por escrito algo que me recordase lo que había visto en películas como La casa Rusia, El topo, o Juego de espías (evitando la tentación de decantarme por una historia "a lo James Bond", que me habría resultado más fácil de desarrollar).

Una vez decidido el concepto sobre el que iba a trabajar, el proceso de escribir fue más o menos sencillo. Para empezar, repasé internet a la búsqueda de información sobre Berlin en la época de El Muro, ya que esa ambientación me parecía muy evocadora del género, al tiempo que iba organizando una trama que respetara suficientes elementos del cuento original para hacerlo reconocible (y que era una de las condiciones que me había autoimpuesto al planear estas versiones).  Por otro lado, como quería representar por escrito una historia de espías alejada de todo el fuego de artificio de los 007 y similares, procuré también que la historia tuviera un tono bastante contenido. Y así fue como tomó forma este relato del rescate de Rapunzel, desde el punto de vista de su caballero-espía.

El resultado final, teniendo en cuenta ese desfase en mi conocimiento del género en su versión escrita y "animada", me parece que es aceptable. Desprovisto de heroicidad épica, el príncipe se transformó en un mercenario y su tortura a manos de la bruja se hizo menos lírica y más "sucia". Eso sí, tuve que añadir alguna pista adicional para ayudar a los futuros lectores a reconocer el cuento original, ya que mi plantilla de testadores me demostró que había sido demasiado optimista al respecto; pero creo que ha resultado un buen ejemplo de lo que puedo dar de sí cuando tomo distancia del vocabulario y los gestos de la pura historia de aventuras.

Y hasta aquí puedo escribir. Así que toca despedirme, prometiendo nuevos artículos para la semana que viene.

Un saludo. 



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(Aquellos que vayan a leerlo, tengan en cuenta la prescripción facultativa del autor: para disfrutar los relatos en su justa medida, no lean más de dos al día. Igual que las bolsas de caramelos, si se lo tragan de una sentada es posible que se les empache).

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