viernes, 6 de febrero de 2015

Influencias VI: Space Opera

Este año, al llegar las Navidades, decidí ponerme una trampa: incluí cierto cómic en mi "carta a los Reyes Magos", a sabiendas de que me obligaría a completar la colección si al final me lo regalaban. El cómic era Valerian, agente espaciotemporal, y los Reyes Magos decidieron caer en la trampa, lo cual me alegró mucho. Y me ha dado pie para escribir este artículo (y para descubrir que hacía casi cinco años que no hacía uno parecido).
Que aún no tuviera los álbumes de Valerian se debía, principalmente, a dos cosas: en la época en que los leía era demasiado joven para poder pagar lo que costaban y que, pasado el tiempo, mis estanterías se llenaron de cómics de superhéroes hasta obligarme a meditar mucho nuevas adquisiciones. Esa limitación de espacio, que todo comprador de libros o cómics ha de enfrentar antes o después, es la que me ha hecho contenerme cuando me encontraba con los viejos cómics que leía de "peque". Sin embargo, a principios del pasado Diciembre me encontré con algunos de los ejemplares de Valerian en una tienda y eso despertó la nostalgia en mí hasta el punto de decidirme a encontrarle un hueco.

Sin querer parecer muy mayor, diré que la influencia de Valerian me viene de mediados de los ochenta. En aquel entonces yo no era más que un crío pre-adolescente que se pasaba todas las tardes, de lunes a viernes, en la sala de lectura de la biblioteca que existía a cinco minutos de casa de mis padres. Así que, para mi, las aventuras de Valerian (y otros cómics europeos de la época: Asterix, Blueberry, etc...) están intrínsecamente unidos al recuerdo de aquellas horas en que me olvidaba por completo del mundo real. Y aunque lo dejara de lado durante más de veinte años, al releerlo me he dado cuenta de que había toda una serie de filias que probablemente comenzaron ahí.

El espacio oscuro y misterioso. A pesar de que yo recordaba mejor algunas imágenes muy coloristas (y, los especialistas me perdonen, casi psicodélicas), el reencuentro con Valerian me ha puesto delante viñetas de horizontes negros e interiores de naves espaciales iluminadas tan sólo por el instrumental de a bordo (un poco como algunos planos de Alien, el octavo pasajero). En ese sentido (y sobre todo por las similitudes en el uniforme) me ha hecho recordar las historias de Érase una vez... El Espacio. Porque, a pesar del humor que podían derrochar luego en sus tramas, mirar hacia esos planos de la nave de Valerian (o las numerosas escenas en las que charla en la cabina con Laureline) te obligan a recordar lo frío y peligroso que es el espacio. Una idea que, en mis escasas incursiones en la literatura "espacial" siempre ha estado presente.

(Érase una vez... el espacio)
Cuestiones morales. Otro aspecto que había olvidado de las aventuras de Valerian eran los conflictos morales que se les planteaban a la hora de solventar las misiones que les encomendaban. Así como la tendencia a utilizar ciertas conductas "reprobables" de la historia de la humanidad como origen del problema a resolver (siempre desde una perspectiva crítica). Esa forma de cuestionarse aspectos incómodos de la sociedad la he disfrutado después en algunos clásicos de la ciencia ficción, amén de inculcarme la afición a usar ejemplos históricos como bases para las narraciones (dentro del concepto de que "la historia tiende a repetirse").
Igualdad de sexos. A pesar de que el protagonista masculino monopolice el título de la serie (en 2007, con motivo del 40 aniversario de la serie, se decidió renombrarla como Valerian y Laureline), Valerian no sería Valerian sin Laureline a su lado (por no decir que el héroe nunca lo habría sido sin la dama para guiarle). De hecho, y salvo casos como los libros de Los Hollister, creo que en aquella época no tuve muchos más ejemplos en los que el protagonismo entre sexos se repartiera de forma equitativa. Aunque, al pensar en las características que los diferencian, se podría decir que Valerian es un estereotipo exacerbado del héroe de acción mientras que Laureline despliega toda la empatía y sensibilidad femenina de la que adolece su compañero. Algo con lo que Christin y Mèziéres juegan mucho en sus tramas, pues son recurrentes los gags en que Valerian se queja de haber tenido que salvar a Laureline (con alguna demostración de macho alfa por en medio), mientras que ella le reprocha una y otra vez su conducta irreflexiva y hasta cuadriculada. Y aunque tengo dudas de que alguno de mis personajes femeninos haya alcanzado la excelencia de Laureline, creo que, al menos, no me ciño a los estereotipos de género más de lo debido.
Curiosamente, mientras repasaba fechas para ubicar mejor el momento en que descubrí las aventuras de Valerian, me he dado cuenta de que justo con él se acabó un ciclo de influencias que me hicieron soñar con llegar a las estrellas. Antes de él, me había cautivado Érase una vez... El Espacio (que respiraba ese mismo espíritu optimista a la par que crítico con las injusticias sociales) y la serie de televisión Galáctica (cuyos combates en el espacio me tuvieron mucho tiempo jugando a pilotar mi propio Viper).

Demo Reel - Remastering A Classic from Merrick on Vimeo.
(sí, me gustaban incluso a pesar de ese casco)
Sumado a La Batalla de los Planetas (más conocida como El Comando-G), se podría decir que esas fueron las principales razones por las que soñé durante años con un futuro en el que pudiera viajar por el espacio. Luego llegarían Star Wars y Star Trek, pero para entonces ya sabía que esos mundos estaban demasiado lejos y que mi única esperanza de alcanzarlos consistía en colocarme bajo la piel de alguno de los héroes que creara mi imaginación.
Así que ahora me consuelo pensando que, con un poco de suerte, en algún momento lograré escribir esa historia que hará mirar a unos críos al cielo con la misma ilusión que yo tuve una vez.










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