jueves, 4 de febrero de 2016

Los "Cuentos Cuánticos" (13)

Continuando con la descripción del proceso de escritura de los relatos contenidos en Ni colorín, ni colorado, hoy llega el momento de repasar qué se me pasó por la cabeza a la hora de desarrollar mi versión alternativa de uno de los grandes clásicos infantiles: Blancanieves (del cual recomiendo la lectura del artículo en la Wikipedia, en el que se rastrean los hechos reales que pudieron inspirar a los Hermanos Grimm para la escritura del cuento).

Es este caso, la idea para enfocar la narración estuvo clara desde casi el primer minuto; me bastó con reducir su trama a la historia de una princesa por una madrastra a la que le obsesiona conservar su aspecto para pensar de inmediato en un género muy concreto: el del thriller con psicópata. La única diferencia de entidad con las típicas obras de esta clase residió en la ambientación histórica, que salvo raras ocasiones suelen transcurrir en el siglo XX, y que yo preferí ubicar en la época victoriana (lo cual sirvió para evitar excesivas similitudes con las versiones de Rapunzel y el Soldadito de Plomo).

Por otra parte, pensé que el mejor modo de representar una historia así sería centrarme en el personaje del psicópata. Por eso, el borrador de sinópsis que tenía guardado para el momento en que empezase a escribirlo decía algo así como "el detective se entrevista con la madrastra". Y cuando me puse delante del cuaderno, pensando en cómo plantear la escena, me vino a la mente un ejemplo clásico (por no decir paradigmático): el primer encuentro entre Clarice Sterling y Hannibal Lecter. De modo que me puse a escribir, cambiando el aterrador psiquiátrico por una de esas sórdidas (y aún más aterradoras) cárceles victorianas; rumiando la mejor manera de hacer que la malvada reina pudiera acercarse a esa imagen aterradora de la presentación del doctor Lecter. 

Siendo una de las primeras veces que caracterizaba a una mente trastornada, el resultado fue bastante bueno. Y además me siento orgulloso de no haber creado un clon de Hannibal, si no que logré ceñirme a la idea de villano obsesionado que quería plasmar. Una opinión que me confirmaron las críticas de los primeros lectores, bastante positiva, que coincidían en haber disfrutado con la ambientación del relato y la manera en que se había representado la personalidad desquiciada de la reina (comentarlo aquí sería arruinar el misterio para quien no lo haya leído, pero ha gustado mucho cómo conseguí incluir el espejo mágico dentro de sus delirios). Un logro que me dio la confianza necesaria para enfrentarme con la creación de los psicópatas que han venido después en relatos posteriores.

Y hasta aquí puedo escribir. Así que toca despedirme, prometiendo nuevos artículos para la semana que viene.


Un saludo.


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(Aquellos que vayan a leerlo, tengan en cuenta la prescripción facultativa del autor: para disfrutar los relatos, no lean más de dos al día. Igual que las bolsas de caramelos, si se lo tragan de una sentada es posible que se les empache)



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