martes, 6 de noviembre de 2018

Mi colección de cuentos favoritos (IV)

Si habéis leído los artículos que han precedido a este, puede que hayáis notado una constante en ellos: se trataba de relatos que formaban parte de mis recuerdos de infancia y adolescencia. A partir de hoy, sin embargo, doy un salto temporal y empezaré a referirme a obras que me han ayudado a evolucionar en mi estilo literario durante los últimos diez años. Empezando por uno de los nombres más relevantes de la ciencia ficción Hard contemporánea.

La ricura, de Greg Egan.
Aunque suelo advertir a mis amistades del menguante espacio que ofrecen día a día las estanterías en mi casa, nunca les agradeceré lo suficiente que me regalasen el Axiomático de Greg Egan; una recopilación de relatos que no debería faltar en la biblioteca de ningún aficionado a la ciencia ficción que se precie de tal. Y menos aún si tiene aspiraciones literarias (junto con Última etapa, si es que consigue hacerse con un ejemplar). La manera en que Egan plantea conflictos relacionados con posibles tecnologías futuras, las más de las veces en un entorno ordinario y del día a día, resulta muy interesante cuando no espeluznante.


La ricura me impresionó por cómo hace para presentar un aparato científicamente revolucionario bajo el aspecto de un electrodoméstico de usar y tirar: un útero artificial apto para ser usado por hombres que, en la sociedad imaginada por Egan, se considera poco menos que un capricho de Teletienda. Casi un juguete snob. Y por debajo de eso, acabamos por percibir un mundo en el que la industria ha perdido el miedo a usar la ciencia para saltarse barreras morales del calibre de la génesis humana, solo porque hay un potencial cliente cuya demanda puede ser satisfecha a cambio de un buen beneficio económico.

¿Cuáles son las claves del relato, y lo que explica la genialidad de Egan? Su capacidad para intuir un problema futuro derivado del comportamiento de la sociedad contemporánea, y concebir en qué manera se  le podría poner remedio (o algo parecido) desarrollando alguna tecnología actual (real o teorizada). En el caso que nos ocupa, parece haberse fijado en esta deriva cada vez más individualista y propensa a no crear vínculos emocionales, y se planteó luego un remedio a la incapacidad para formar parejas dispuestas a reproducirse. Un remedio cuasi rocambolesco, debo añadir, porque me imagino a Egan dándole vueltas al relato día tras día hasta encontrar la respuesta más polémica: dar a los hombres la posibilidad de engendrar vida pero, eso sí, con obsolescencia programada en relación al nivel de lujo que pueda permitirse el consumidor. En ese sentido, su postura choca de forma directa con quienes piden que la ciencia ficción retome el espíritu optimista de la Edad Dorada e imagine un mundo mejor. Y me temo que yo no puedo hacer otra cosa salvo respetar ese posicionamiento alarmista, ante las demostraciones que se ven en los periódicos sobre el sometimiento de la ciencia a las leyes del mercado. De hecho, La ricura es un relato que se puede considerar ahora mismo más que actual, con las polémicas recientes sobre la maternidad subrogada y los vientres de alquiler.

Por supuesto, mi principal razón para admirar a Egan es su enorme conocimiento científico (algo que me ocurre con la mayoría de autores Hard), y cómo hace para explicar los principios teóricos de cada relato con sencillez (o, al menos, con la sencillez suficiente para ser comprendido por personas interesadas en la ciencia pero sin estudios específicos). En su caso, como con las personas dotadas de talento musical, no puedo hacer otra cosa salvo maravillarme ante su arte. Aunque sea con una especulación muy poco optimista. Por eso, si estás leyendo el artículo y te interesaría escribir ciencia ficción, busca su obra y tenla en cuenta. Sobre todo, por su capacidad para tratar la ficción especulativa temprana, esa que se ubica solo a unas décadas de distancia y que resulta tan arriesgada de escribir en comparación con los universos alejados siglos o milenios de nuestro presente (por su tendencia a acabar resultando obsoleta en pocos años, o convertida en un relato cómico del futuro).

lunes, 8 de octubre de 2018

Stephen King, el éxito a pesar de uno mismo.

Con la reciente reimpresión de Mientras escribo, un buen número de aficionados a la escritura y seguidores del maestro del terror vuelven a tener a su disposición en las estanterías de todas las librerías este peculiar texto.

Personalmente, confieso que mi relación como lector de King pasó del amor al odio, para equilibrarse hace unos años en un respeto profesional tras leer éste libro. En la adolescencia disfruté de forma inmensa La zona muerta, (mi primer contacto, gracias a la biblioteca de un familiar), Ojos de fuego y Carrie (por su temática, que entroncaba de manera perfecta con mi afición a los cómics de mutantes), y La larga marcha (que considero una extraordinaria obra distópica y de terror psicológico); pero después de It, ninguna otra novela logró tocarme la fibra sensible. Cujo y Maleficio me parecieron ya menores en comparación con las otras y, cuando el maestro del terror anunció que iba a hacer una historia en un mundo fantástico, acabó de defraudarme con Los ojos del dragón. A partir de ese momento me uní al amplio sector de detractores que opinan que "King escribe demasiado y demasiado rápido para que todo sea bueno" (opinión que en Padre de Familia escenificaron a la perfección en un sketch en el que el autor, en una entrevista con su editor, se inventa sobre la marcha que su próxima novela tendrá a un flexo como el monstruo).

(Padre de Familia, ep. 11 temp. 2. Para haters de King)

A pesar de todas esas reticencias, había oído a muchas personas recomendar el libro y lo veía de vez en cuando en la lista de obras para "futuros escritores". Así que, coincidiendo con su publicación en formato de bolsillo, me hice con mi ejemplar un día que fui a la busca de libros dedicados a la escritura. Y solo con sus primeras páginas me impresionó.

King arranca la obra con una autobiografía centrada en su progresión literaria, desde la infancia errabunda provocada por el abandono paterno (salpicada de muchas anécdotas graciosas propias de semejante entorno en la niñez), pasando por su matrimonio a una edad muy joven y las dificultades económicas como profesor de lengua teniendo que mantener a una familia con dos hijas, hasta llegar al éxito de Carrie y sus primeras novelas... uniendo este ascenso al Olimpo literario con su muy personal descenso a los infiernos de la adicción: de su primera borrachera con menos de veinte años, a caer en el alcoholismo durante décadas, mezclado con el consumo de drogas en sus momentos más oscuros; llegando incluso a emular a los personajes del Yonqui de Burroughs, al acabar tomando jarabes con derivados de opiáceos. 
"El primer paso que dio Tabby fue vaciar en la alfombra una bolsa de basura llena de cosas de mi despacho: latas de cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en bolsitas (...) Valium, Xanax, frascos de jarabe Robitussin para la tos y de NyQuil anticatarro, y hasta botellas de elixir bucal."
Aunque sea una de las novelas que menos me gustó, resulta terrible leer su testimonio respecto a cómo le afectó su adicción durante la escritura de Cujo.
"... tengo una novela, Cujo, que apenas recuerdo haber escrito. No lo digo con orgullo ni con vergüenza; sólo con la vaga sensación de haber perdido algo. Es un libro que me gusta, y ojalá guardara un recuerdo agradable de haber redactado las partes buenas."
Una espiral que su familia le ayudó a cortar, por suerte para sus fans, ya que le sirvió para ver las cosas en perspectiva tras sufrir un gravísimo atropello en 1999 (que él describe como la escena de una de sus novelas) a resultas del cual comenzó la redacción del libro que nos ocupa.


La segunda mitad, dedicada ya a la escritura, se titula "Caja de Herramientas" y define la forma en que él entiende el oficio: hacerse con una serie de buenas herramientas que te ayuden a la hora de fabricar historias. Así comienza a describir la necesidad de saber manejar el vocabulario, la gramática, a seguir un manual de estilo, y a aprender a trabajar los párrafos. Los últimos consejos serían leer mucho y escribir mucho.
"El programa agotador de lectura y escritura por el que abogo (de cuatro a seis horas diarias toda la semana) solo lo parecerá si son actividades que ni te gustan ni responden a ningún talento tuyo. De hecho, puede que ya estés siguiendo uno parecido. (...) La lectura constante te lleva a un lugar (o estado mental, si lo prefieres) donde se puede escribir con entusiasmo y sin complejos.  También te permitirá ir descubriendo qué está hecho y qué por hacer, y te enseña a distinguir entre lo trillado y lo fresco, lo que funciona y lo que solo ocupa espacio. Cuanto más leas, menos riesgo correrás de hacer el tonto con el bolígrafo o el procesador de textos."
Por supuesto, también habla de su rutina de escritura diaria. Un ejercicio estajanovista que es bastante conocido entre los aficionados.
"Me gusta hacer diez páginas al día, es decir, dos mil palabras. En un mes son 180.000 palabras, que para un libro no está mal..."
Cada capítulo se completa con varios ejemplos prácticos, incluidos fragmentos de textos propios de King, en los que desgrana los aspectos prácticos de su proceso creativo. Cómo estudia el manuscrito (a diario, y una vez terminado el manuscrito) para eliminar aquello que es superfluo o afecta a la calidad del texto, amén de repasar la mayoría de recomendaciones de estilo de todos los manuales (evitar adverbios, las repeticiones, los problemas de vocabulario, etc...)

De todo ello, el ejemplo sobre cómo leer un texto propio con ojo crítico fue con el que logró que volviera a respetarle. De todo el trabajo detrás de las horas invertidas en levantar una novela, esa capacidad para recortar "paja" al texto y decidir que tal o cual parte necesita reelaborarse o sobra del todo, es la más difícil de desarrollar. Pero también ocurre que, cuando lo consigues, la sensación después de corregir un manuscrito es satisfactoria en extremo.

En definitiva, Mientras escribo constituye una obra de referencia para cualquier persona que aspire al oficio de escritor. ¿Les convertirá en otro Stephen King? No lo creo posible, ya que no da ninguna receta secreta. De hecho, una de las primeras cosas que dice es:
"No hay ningún Depósito de Ideas, Central de Relatos o Isla de los Best-sellers Enterrados."
Lo mejor es que sus consejos le servirán de forma general a cualquier escritor. Y, en todo caso, quien tenga el talento y la capacidad para igualar su velocidad de escritura, podrá aspirar a niveles similares de prolificidad. Siendo consciente en todo momento, eso sí, de que si el propósito es alcanzar el oficio de escritor profesional ésta es una carrera de fondo en la que, a quien flaquea, le conviene quedarse en la cuneta igual que en su Larga marcha.

lunes, 1 de octubre de 2018

Recapitulación Veraniega

Hemos llegado al final de septiembre, el señor otoño empieza a soplar ya las hojas de los árboles y a oscurecer los cielos más pronto, y creo que después de estas semanas de silencio bien vendría un resumen de lo que han sido estos últimos 30 días y las actividades en las que he participado.

La primera alegría que me llevé durante el pasado mes fue ver publicada la entrevista que me hicieron para el blog de Steampunk Madrid. Son ya unos cuantos años de amistad con los miembros de la asociación, participando en las actividades culturales que van programando a lugares "de ambiente victoriano" por la capital y colaborando en sus eventos siempre que el calendario me lo permite. Así que desde aquí muchas gracias a Ángela Ramos (de nuevo) por colocarme ante un micro (una vez más) y pasar un rato tan entretenido. El resultado es más breve de lo que me gustaría, pero me temo que me explayé tanto que habría sido complicado incluir todo lo que conté. Si os interesa leer el artículo, podéis encontrarlo AQUÍ.


Continuando con esos vínculos de amistad que he mencionado antes con Steampunk Madrid, pude disfrutar un año más de la invitación para participar de su Feria Retrofuturista (a la que deberíais acudir alguna vez, aunque sea solo para para disfrutar del ambiente y, si os atrevéis, con las gymkanas temáticas que se organizan). En 2018 han llegado a su cuarta celebración, y la verdad es que yo lo pasé en grande con la cantidad de charlas dedicadas a la literatura que se organizaron. Para mi fortuna no solo pude hacer una breve presentación de Monozuki para los asistentes, sino que también formé parte de los oradores en la presentación de El vigilante de las estrellas (podéis ver el vídeo de ambos eventos en Facebook) y por último me subieron al estrado para hablar sobre el futuro del género con una alineación de autores imponente: Eduardo Vaquerizo, Gloria Dauden, Armando Valdemar, Josué Ramos y Dioni Arroyo. Una charla que podría haber durado muchas más horas, desde luego.


Por supuesto, este mes ha continuado la promoción para seguir dando a conocer Monozuki. La chica zorro, pero también he podido reunirme con la mayoría de autores que participaron en la antología infantil-juvenil El vigilante de las estrellas y explicar a los asistentes en qué ha consistido este proyecto para llevar a los lectores más jóvenes el género Steampunk. En mi caso, con una historia de aventuras que le debe mucho a ese espíritu de sorprender y maravillar que le imprimió Miyazaki a su serie sobre Sherlock Holmes, y que tanto me marcó en la juventud. Es mi segunda incursión "oficial" en este campo de la literatura y, por lo que implica, me gustaría mucho que sirviera para animar a sus lectores a seguir leyendo e incluso, como fue mi caso, a convertirse en escritores algún día del futuro. Con esa idea estuvimos presentes el último fin de semana en la Casa del libro de Alcalá de Henares y, posteriormente, en un evento teñido de un toque bastante gamberro en el Beer Station de la capital. Eventos que tuvieron su réplica en Barcelona, gracias a la colaboración de la autora Pepa Mayo (a quien podéis oír hablando sobre el libro en éste vídeo).


Y eso, de una forma breve, es todo lo que ha dado de sí el mes de septiembre. Sin embargo, no penséis que voy a dejar de aparecer en eventos literarios. Ya hay unas cuantas intervenciones apalabradas, y podéis tener por seguro que en las próximas semanas vais a tener un montón de noticias al respecto. Incluso puede ser que os sorprenda apareciendo en vuestra ciudad...



lunes, 17 de septiembre de 2018

Consejos para aspirantes a escritor (3)

Pasado el parón veraniego aquí estamos una vez más, dispuestos a hablar sobre la aventura de publicar y a compartir con vosotros mis experiencias al respecto durante los últimos años. En esta ocasión, y dado que le dediqué el artículo anterior de esta sección  a la cuestionada coedición, me ha parecido apropiado hablar sobre el formato más polémico en la actualidad: la autoedición. Una opción a la que yo mismo recurrí a la hora de publicar Ni colorín, ni colorado.

Empecemos por lo básico: editarse uno mismo no es, en absoluto, garantía de obtener fama y fortuna; pero sí os puedo asegurar que os va a obligar a realizar un gran esfuerzo, del que muy pocas veces se habla cuando se dice que tal o cual autor desconocido ha logrado una cantidad astronómica de ventas. Porque las noticias solo se preocupan por reflejar el inusitado éxito de tal o cual autor/a, cuyo obra autoeditada ha logrado tal cantidad de ventas que ha llamado la atención de los grandes sellos editoriales, obviando el hecho de que esos éxitos son islotes diminutos en un océano de obras autopublicadas que, las más de las veces, pasan totalmente inadvertidas para el público. 


Sé que la razón principal para considerar la autoedición suele ser el fracaso al probar suerte con las editoriales "clásicas", y que muchos autores se refugian en la "miopía editorial" para justificar su decisión, hablando de casos como el de J.K. Rowling. Pero deberían recordar que los editores no dejan de estar apostando su dinero con cada obra que publican, por lo que procuran tener una cierta certeza de ir a recuperar la inversión (y que casos de superventas como el de J.K. Rowling tampoco son habituales, o abrir una editorial sería un negocio casi tan bueno como ser el dueño de un banco...)

¿Cuánto trabajo supone autoeditarse? Todo. Y es así porque, eliminada la figura del editor, eres tú mismo quien debe hacerse cargo de todas las tareas que llevaría a cabo una editorial... amén de correr con los gastos (que tampoco son pequeños). Con el agravante de que mucho de ese trabajo, si se trata de un autor novel, ni siquiera se habrá planteado (e ignorará por completo cómo hacer, con gran probabilidad). El primer muro de realidad con el que suelen chocar los autores "novatos" es el de estar convencidos que dominan la gramática y la ortografía. Y, aunque les cuesta creerlo, al pasar sus textos por la lupa de un corrector, no es raro que afloren buena cantidad de faltas ortográficas que estaban allí al acecho de los lectores futuros. La mayoría se suelen deber a fallos tipográficos provocados por despistes mientras se mecanografía el manuscrito, pero siempre hay un cierto número de ellos que se deben a puro desconocimiento de las normas impuestas por la RAE o a formas de expresarse locales (el laísmo y el leísmo, por ejemplo). Defectos que, en aras de resultar más profesional, deberían ser eliminados del textos que va a recibir el lector. Y una corrección orto-tipográfica, salvo que seas corrector o tengas quien pueda hacerla "a precio de amigo", será el desembolso inicial de tu futura obra autoeditada. 

Pero espera, porque esa no es la única corrección que debería pasar la obra. También está la corrección estilística, que analiza cómo escribes y qué podrías cambiar para resultar más efectivo o que tu escritura se adopte mejor al tipo de historia que quieres contar (o resulte más legible para la mayoría del público). Para que os hagáis una idea, el manuscrito de Monozuki. La chica zorro pasó por unas tres correcciones orto-tipográficas, incluyendo revisar el texto después de las modificaciones que le fuimos haciendo, antes de llegar a la versión que se ha publicado.

Nada que ver con todas esas imágenes de autores sonrientes que comparten por internet sus consejos sobre cómo imitarles y convertir la escritura en un negocio boyante. ¿Verdad? Pues una vez pulida la obra, toca afrontar la tarea de maquetar el texto. Algo que puede parecer una nimiedad, pero va mucho más allá de la organización de los márgenes laterales, las sangrías, o poner en mayúsculas los nombres de los capítulos. El tamaño de letra, la fuente que vas a usar (si hablas con editores, descubrirás que hay tipos de letra que nadie usa), evitar que las líneas huérfanas estropeen la legibilidad... Un trabajo que se multiplica en el momento en que decides adoptar la opción, muy en boga, de crear un texto digital que solo se imprima para aquellos que deseen un ejemplar en papel. ¿Por qué? Porque necesita que afines la maquetación para que tu texto se lea bien en todos (o la mayoría de) los distintos dispositivos electrónicos existentes. De nuevo, una tarea que puede requerir que desembolses dinero (salvo que te manejes por tí mism@ con los procesadores de texto para versiones digitales).

Aunque mis amigos hicieron un gran trabajo para Ni colorín ni colorado, reconozcamos que las cubiertas ofrecen expectativas muy distintas respecto a la calidad de edición de su contenido.

Hasta aquí, más o menos, quedaría cubierta la tarea logística para que nuestr@s lectores/as no quieran arrancarse los ojos cuando se enfrenten al texto. Pero aún no se ha acabado el trabajo de construcción del libro. No podemos olvidarnos de la cubierta o, como los llamamos los legos en el asunto, la portada. Como se suele decir con la comida, los libros también "entran por el ojo" a muchos lectores. Y seguro que cualquiera de los que estáis leyendo el artículo podéis recordar algún ejemplo de cubierta que os quitó las ganas de leer un libro. En la autoedición y la coedición, el impulso de querer recortar gastos empuja a muchos a prescindir de un ilustrador "porque eso lo puedo hacer yo con Photoshop". Una decisión que suele acabar con portadas que van de lo kitsch a un dibujo infantil coloreado, pasando por montajes en los que se reaprovechan fotogramas de películas y cosas parecidas. Resultados que al autor le pueden parecer aceptables y sentirse muy satisfecho, pero luego la realidad acaba por demostrar que no era así. De hecho, elegir la imagen adecuada para la cubierta del libro es todo un arte. Basta hacer una búsqueda en Google para comprobar que, según la editorial, hay muchos casos en los que el contenido no siempre está reflejado (ni tan siquiera sugerido) en la cubierta. Aparte de que los autores no siempre acertamos con la imagen más adecuada. De nuevo, usando el caso de Monozuki como comparación, nunca se me habría ocurrido esa portada con aires manga que usó mi editorial. Y, sin embargo, ha enamorado a la inmensa mayoría de quien la ha visto.

Aún habría que hablar de la agotadora tarea de la promoción, y la frustración de las presentaciones y otros eventos. Pero por hoy creo que ya os he dejado con un montón de cosas en las que pensar. Si acaso, ya que he hablado de ello, decir que mi experiencia con la autoedición fue mucho menos estresante porque contaba con conocidos que me pudieron ayudar "a precio de amigo" a realizar una maquetación decente del texto, y una portada que aún hoy llama la atención. Pero de otro modo probablemente habría abandonado mi plan si no hubiese alcanzado al menos ese nivel de calidad.

ENLACES DE INTERÉS:



miércoles, 25 de julio de 2018

Clubes de lectura: la última frontera

Como ya estuve anunciando a lo largo de la semana, el pasado domingo 22 disfruté de una entretenida charla-debate con los miembros del club de lectura Bibliogoth Madrid, además de un par de invitados que aceptaron unirse a participar en el evento. El propósito principal era comentar sus impresiones tras la lectura de Monozuki. La chica zorro, y el resultado, en líneas generales, fue bastante bueno. Dándome motivos para confiar en que es una obra que recomendarán a sus amistades.


Para empezar, me alegró mucho comprobar cuánto les había gustado la novela. A pesar de que éste club de lectura es muy heterogéneo, uno siempre tiene dudas; más aún cuando te aventuras con un escrito cuyas etiquetas pertenecen a un género minoritario como el greenpunk, o una ambientación fantástica que se marcha de los cánones europeos. Pero de hecho (y era algo que ya me habían vaticinado los lectores beta), el universo de Monozuki y su trasfondo resulta tan atractivo que a todo el mundo le deja con ganas de saber más. Así que hubo más de una pregunta sobre datos de los personajes que se quedaron sin responder, para no aguarles la sorpresa cuando lean la secuela. Aunque, a cambio, pudieron echarle un ojo al manuscrito original y comprobar el caos que suele involucrar darle vida a un texto.

Precisamente ese ambiente me empuja a decir que los encuentros con clubes de lectura tienen un pequeño plus respecto a las presentaciones de los libros. Primero, porque son eventos participativos de principio a fin. Ninguno de los asistentes se quedó sin hacer una pregunta, añadir su opinión o comentar algún aspecto del libro. Y segundo, por la gran cantidad de temas que se tratan en torno al libro: comentarios que te ayudan a ver problemas con tu estilo de escritura, otros que sacan a la luz referencias (literarias o no) de las que no eras consciente, y dudas en torno a la historia que puedes explicar sin el miedo a destripar la trama que siempre ronda durante una presentación. Amén de que puedes hablar sobre el proceso de escritura haciendo referencias a personajes o escenas con la plena complicidad del público.


Algo que también es muy de agradecer en un evento así es que los lectores tengan la suficiente confianza como para exponer de forma abierta qué defectos le han encontrado al texto. Y no me refiero solo a señalar erratas que puedan haber escapado al proceso de corrección, sino a detalles de tu forma de escribir que pudieran estar necesitando que pulieras. De hecho, yo tengo mucho que agradecer a los miembros de Bibliogoth Madrid porque ya organizaron un debate dedicado a El secreto de los dioses olvidados y de allí saqué un montón de lecciones que me ayudaron a evolucionar y querer mejorar mi estilo. En el caso de Monozuki puedo decir que hubo muy pocas observaciones a ese respecto, y sí una queja generalizada: la novela se les hace muy corta.

Y eso es lo que puedo contar sobre éste fantástico encuentro. Eso sí, a falta de que pueda concretarse algún evento más en la segunda mitad del año, puedo decir que me encantaría poder participar en cualquier otro debate que se organice en torno a la novela. Así que, si os animáis a organizar uno en vuestro club de lectura, y siempre y cuando me aviséis con tiempo para organizar mi agenda, será un placer acudir allá donde sea y pasar un rato con vosotros.  Aunque ya estáis advertidos de antemano: hay preguntas que tendrán que esperar a que se publique la secuela para ser respondidas.

domingo, 15 de julio de 2018

Recomendación de lecturas veraniegas

Ahora que se ha acabado el Mundial de fútbol y Agosto empieza a llamar a la puerta, llegó por fin el momento de poder disfrutar de unas tardes tranquilas en vuestros destinos vacacionales. Así que, antes de que dejéis las ciudades vacías, os propongo hacer más amenos esos ratos de asueto entre chapuzón y chapuzón (o de caminata por la montaña), con unas cuantas recomendaciones de lecturas ligeras y aptas para todos los públicos.

¿Listos? Pues vamos allá:


20.000 leguas de viaje submarino. ¿Qué puede haber más refrescante que leer sobre el viaje de Pierre Aronnax a bordo del Nautilus? Aventuras a lo largo de todos los océanos, inmersiones a gran profundidad, un paseo por la Atlántida... La única novela de Verne que podría ajustarse aún más a la temática que he propuesto sería Dos años de vacaciones, y no sé si podría resultar contraproducente (sobre todo si lo leemos a la vuelta del viaje).


El corsario negro. Otra historia para los que prefieren irse de vacaciones al mar, aunque éstas aventuras transcurren en la época en que el Caribe aún no era un destino propicio para viajar a relajarse (no os haré spoiler, pero los caribes daban miedo). A cambio, en sus páginas encontraréis todo lo que se puede esperar de una buena historia de piratas: duelos a espada, osadas huidas, galernas terribles y jugosos botines de oro americano.


Sin noticias de Gurb. Ésta lectura puede ser la menos apropiada para las horas de siesta, sobre todo si se comparte espacio con alguien que guste de dormir, ya que las carcajadas que pueden arrancarte las aventuras del comandante alienígena en la Barcelona previa a los Juegos Olímpicos de 1992 son capaces de despertar a cualquiera. No importa que el apartamento sea más pequeño que en el anuncio, que haya una plaga de medusas cuando vayamos a la playa, o que pillemos una insolación. Leyendo a Eduardo Mendoza, la sonrisa está asegurada.


Mi familia y otros animales. Otra historia que puede provocar envidias entre espíritus con ganas de más tiempo de ocio, ya que se relatan poco menos que años y años de "vacaciones familiares". Aún así, si eres fan de las mascotas exóticas no encontrarás una lectura mejor que ésta crónica de la infancia de Gerald Durrel en la isla de Corfú. 


El color de la magia. Creo que hay pocas cosas tan divertidas como las aventuras de un turista en un lugar desconocido. Sobre todo, si ese lugar es un mundo medieval fantástico. Que es plano como un disco. Y se mueve por el espacio soportado por cuatro elefantes, que viajan a lomos de una tortuga gigante. ¿Hace falta decir más para que os animéis a leerlo? ¿Que después podrás elegir entre una veintena de libros dedicados al Mundodisco, si es que te gusta? (por favor, no digas que no te gustó).


Monozuki, la chica zorro. Me dispensaréis si incluyo mi última obra en la lista, pero Monozuki os puede entretener tanto como cualquiera de las otras novelas. Y además ocurre en un mundo que recuerda a los universos de Estudio Ghibli, poblado por unas de las criaturas mágicas más originales que podáis imaginar.

Con éstas seis lecturas creo que podéis ir bien provistos de entretenimiento allí donde vayáis a pasar vuestro descanso estival. Así que aquí me quedo, esperando a que me contéis cuáles fueron vuestras lecturas veraniegas cuando volváis.

miércoles, 11 de julio de 2018

Mi colección de cuentos favoritos (III)

Siguiendo con la idea de una antología personal que recogiera los relatos que puedo considerar más influyentes en mi estilo, hoy es el turno de un autor que me impactó muchísimo con una sola historia y al que luego no creo haber vuelto a leer jamás (o quizás sí; pero si me encontré con algún otro relato suyo, ya no me causó la misma impresión). Una circunstancia que solo se da en dos de las obras que componen la selección, ya que la mayoría corresponden a escritores a los que he leído con cierta profusión, ya fuera en relatos o novelas.

Ventana, de Bob Leman.
A pesar de que pretendía ir comentando los relatos atendiendo a un orden más o menos cronológico, la memoria no siempre puede afinar después de tanto tiempo transcurrido. Digo esto porque, a pesar de lo que conté respecto de El intruso, puede que Ventana fuera una incursión anterior en la literatura de terror con reminiscencias al Horror cósmico. Lo que tengo claro es que lo leí durante la adolescencia, porque al pensar en él la imagen que me llega es la de estar en la biblioteca de mi instituto.


¿Qué fue lo que me llamó la atención de ésta historia? El concepto de los universos paralelos; una idea que por aquel entonces me era totalmente ajena (la aproximación más parecida estaría en la serie de televisión Dragones y Mazmorras, y la forma de enfocarlo no tiene suficientes semejanzas). El relato cuenta cómo un grupo de científicos son enviados por el gobierno a un lugar inhóspito de los USA, donde les revelan la razón por la que han sido reclutados: alguien ha descubierto allí un portal dimensional que permanece activo (un arranque de historia que hemos visto ejecutar en innumerables películas de ciencia-ficción y terror).

La trama se sitúa en un momento un tanto atemporal de mediados del siglo XX, en algún lugar de la zona rural de los Estados Unidos, y sus primeras páginas se desarrollan con el asombro científico como tema principal. Desde cuestionarse las causas físicas que han hecho posible semejante fenómeno, hasta explicar el por qué de una cuarentena o cómo se va a realizar el estudio del portal. Si hubiera que ubicarlo  en un género, sería la ci-fi "light", ya que sus elucubraciones científicas no se atreven a ahondar en el campo de la verdadera especulación. Y sobre todo porque es al final cuando descubrimos, con un vuelco hacia el terror sorprendente, que lo anterior era una excusa muy bien elaborada para ponernos en situación. Y para lograr que mi yo adolescente de aquella época le diera vueltas y más vueltas a esa lectura durante mucho tiempo. 

La genialidad de Leman (que fue nominado al premio Nébula de 1981 por ésta historia, y tuvo una adaptación para la televisión unos años después) consistió en mantener durante todo el relato la impresión de que aquel era el mundo normal. Una historia de ciencia ficción, en la que lo único extraño era la presencia del portal. Incluso el mundo que los científicos atisban a través de esa ventana cuántica es idéntico, en apariencia, al que nosotros conocemos. Solo que, de hecho, lo que se les ofrece a la vista es un paisaje idílico. Y eso refuerza el instinto natural de los científicos (y de cualquiera que se encontrase en ésta situación, supongo) de obedecer a ese impulso de la curiosidad que nos lleva a querer saber más. Yo, desde luego, debí de pasarme la mayor parte de mi lectura deseando que alguien cruzase el portal para que me explicase qué había más allá, y luego descubrí que las cosas nunca son como parecen.

A pesar del susto final, con Ventana me introduje en un tema que me sigue fascinando como lector y escritor. Las realidades paralelas me han llevado a Neverwhere, a Matrix, a Dark City, a Stardust, al Viaje de Chihiro, al Castillo ambulante, la Tierra larga, y a muchas obras más. Y, de una forma más o menos consciente, es un elemento que añado a mis historias siempre que puedo. Incluso, pensando en ello, supongo que las ucronías tienen un poco de viaje a dimensiones paralelas. Puede que sea por eso que me gustan...





martes, 3 de julio de 2018

"Número cero" de Umberto Eco

A pesar de que El nombre de la rosa es una de mis películas favoritas, reconozco que nunca antes había leído a Eco. Temía que me aburriera su archifamosa historia holmesiana en la Edad Media, ya que la adaptación me había destripado la base principal del libro: el misterio; y tampoco me atreví con El péndulo de Foucault porque nunca me llegó recomendado por nadie con quien comparta gustos literarios, todo lo cual acabó provocando que se pasase estos años en mi lista de autores "por descubrir". Y al final el encuentro ha tenido sus claroscuros, debo decir.

Aunque Número cero se presenta a sí misma como una novela que provocó ampollas y levantó mucha polémica, algunas críticas de internet la rebajaban a "obra menor" de Eco; considerando incluso que solo llegó a verse impresa por el peso literario de quien la había firmado. Yo, sin poder comparar con su producción anterior, creo que es una novela interesante por las temáticas a las que se acerca; si bien la trama es muy simple para venir de alguien que fue capaz de crear una historia como la de El nombre de la rosa.


¿Qué es lo que, a mi parecer, hace que merezca la pena leer ésta obra? Su clase magistral sobre el oficio del periodismo. O, mejor dicho, del mal periodismo; ese que fundó William Randolph Hearst, y que ha evolucionado en el tiempo hasta convertirse en noticias elaboradas para que un público objetivo pueda percibir el mundo a través del peculiar cristal tallado por sus creencias religiosas y políticas. El periodismo subjetivo y tendencioso que sufrimos desde hace años, manejado por grupos económicos para apoyar a aquellos políticos y gobiernos que le son afines. A lo largo de las páginas del libro, Umberto Eco da ejemplos muy sencillos de cómo se puede manejar el lenguaje para crear una opinión, a favor o en contra de alguien, según se quiera. Y de cómo esa forma de actuar es algo que hemos normalizado, tanto los lectores como los propios profesionales del gremio, hasta el punto de que a nadie le asombra ya que un mismo hecho acabe contado de maneras totalmente divergentes según las filias y fobias editoriales de cada periódico.

El tono amargo de la historia viene dado por su protagonista y narrador, Colonna, a quien el destino "ha obligado" a convertirse en periodista porque no reúne el suficiente talento literario para ser más que el "negro" de otros. Un hombre resignado a una vida gris y solitaria, al que se le ofrece de pronto una pequeña fortuna por colaborar en una peculiar charada periodística: escribir varios números de un periódico ficticio, que cierto magnate italiano querría poner en marcha como herramienta para ascender a círculos sociales más elevados. Y, a través de las reuniones de trabajo de Colonna con los redactores del "futuro" periódico, se nos van desgranando todos esos trucos del oficio y cómo se aplicarían en la realidad.

El problema con la novela es que la mayor parte del tiempo se desarrolla en un tono de humor ácido que, añadido a una aventura romántica del protagonista con cierta compañera, me hace atreverme a compararla con una película de Woody Allen. Pero, al final, esa trama se desarrolla con la pretensión de imitar a Los tres días del condor... con Vittorio de Sica en lugar de Robert Redford, eso sí. Lo cual, añadido al poco desarrollo de los demás personajes, impide que deje huella en el lector más allá de todas esas explicaciones sobre mala ética periodística. Una pena, al tratarse de la última novela de Umberto Eco.

martes, 19 de junio de 2018

Consejos para aspirantes a escritor (2)

Aquí estoy de nuevo, escribiendo otro artículo que pueda servir de ayuda a quienes están ahora intentando dar sus primeros pasos en el mundo editorial. En este caso, para hablar de un tema recurrente cuando se trata de autores sin experiencia previa que buscan publicar: el negocio de las empresas de co-edición. Y digo empresas de co-edición, y no editoriales, porque el hecho de que esté formato esté demonizado (y con razón) lo tienen los empresarios sin escrúpulos que han visto en una mina en los aspirantes a escritor.

Pongámonos en situación. Escribir una novela requiere tiempo. Mucho tiempo. Incluso autores tan prolíficos como Stephen King solo pueden explicar ese volumen de escritura en base al tiempo que dedican en exclusiva a escribir. A estar sentado delante del teclado. Sin hacer otra cosa que hilvanar una palabra con otra. El genio del terror suele confesar un promedio de 4-6 horas diarias aislado en su despacho para producir alrededor de seis páginas. Mi promedio, en un ambiente que a duras penas se puede llamar aislado (y no puedo prolongar tanto como él), es de unas dos páginas diarias. Lo cual significa que, ahora mismo, necesito alrededor de tres veces más días que él para escribir la misma cantidad de páginas. Eso, añadido a la imposibilidad de escribir de forma diaria, aumenta aún más la diferencia. Si consideramos una novela de unas doscientas-trescientas páginas, eso puede significar un año o más escribiendo para un autor novato que no pueda dedicarse a tiempo completo a escribir. Doce meses robando tiempo al ocio para acabar tu manuscrito. 

(Éste es el espacio ideal para escribir. El pc, sin conexión a internet, que la carga el diablo)

¿Qué mecanismo usan las empresas de co-edición para aprovecharse de los autores novatos? La falta de paciencia. Ya dije en el artículo anterior que la paciencia, a la hora de publicar, es vital. Pero mucha gente sin experiencia cree que es muy fácil y rápido publicar. Que una vez el texto llega a una editorial, hay alguien que lo recogerá y empezará a leerlo con ansiedad hasta acabárselo (y que, obviamente, le llamarán para decirle que quieren publicar). Y eso no puede estar más lejos de la realidad. Así que, cuando la respuesta de las editoriales empieza a retrasarse más y más (y a no llegar, en la mayoría de los casos), los autores noveles añaden a la falta de paciencia otras dos carencias que, a veces, van unidas: ingenuidad y/o falta de autocrítica.

La falta de autocrítica suele estar provocada por el hecho de no tener a nadie cerca que pueda darte una visión realista de cuál es tu nivel de calidad literaria. Yo lo suelo llamar el síndrome del amigo de la guitarra. Ser el escritor de un grupo de amigos puede causar tanta admiración como ser el chico que toca la guitarra en las reuniones. Un arte que a muchos les resulta imposible de aprender (yo, de hecho, admiro a cualquier persona capaz de unir dos notas de forma coherente). Pero si todo el mundo te dice que lo que haces es bueno, te puedes creer que eres mucho mejor. Y entonces, al enfrentarte a la realidad, se produce una enorme frustración. Los autores noveles con falta de paciencia y autocrítica son, a mi parecer, los que están detrás de aquellos que se lamentan en las redes sociales de que solo se publique a "unos escogidos"; los mismos que se aferran a casos como el de J.K. Rowling para afirmar que las editoriales no reconocen la calidad literaria ni teniéndola delante de las narices. La ingenuidad, por otra parte, empuja a un autor sin experiencia a tocar las puertas de cualquiera que se anuncie como editor. Y que, con la ilusión de publicar, aceptan a ciegas la primera oferta que reciben sin informarse a fondo sobre lo que están firmando.

(Sí, la rechazaron muchas veces. Pero seguro que reescribió el texto durante ese tiempo)

¿Por qué se convierte la co-edición en el negocio maldito del mundo literario? Porque se fundamenta en un modelo que solo busca sacar beneficio de las ilusiones que han empujado a esas personas a convertirse en aspirantes a escritores. A dedicar horas y horas de su tiempo a escribir. Porque su intención es aprovecharse de ell@s, con un modus operandi que suele comprender varias, o todas estas normas:
  • Respuesta fulgurante. ¿No he dicho ya que es necesario armarse de paciencia, antes de recibir el veredicto de una editorial? Pues las empresas de co-edición tardan mucho menos en responder. Y nunca dicen que no, porque...
  • Su negocio es imprimir libros. Ese es el único y exclusivo fin de la "editorial". El contrato que se firma con ellos gira en torno a cuántos ejemplares quiere el autor que se impriman, y el coste de los demás "servicios editoriales" que deseas contratar (corrector, ilustrador, etc...), alcanzando importes que rondan con facilidad los mil euros (y que, con facilidad, cubren de sobra los gastos de impresión). Dinero que se ha de pagar para tener el libro en las manos, y que supone mucho más de lo que un autor novel alcanza a cobrar si logra firmar un contrato editorial tradicional. Lo cual viene a decir que, para ganar el mismo dinero, el autor co-editado debería vender el doble de ejemplares, grosso-modo.
  • El autor hace todo el trabajo. Promoción, presentaciones, publicidad... recaen en el autor. No importa qué promesas de "distribución en todas las grandes superficies" aparezcan en su web, lo normal es que no veas allí tu libro nunca. Y la anécdota habitual sobre las presentaciones habla de que al autor se le obliga a pagar X ejemplares y, si no los vende todos en el evento, se los debe quedar. Ojo: después de pagar por imprimirlos, pagas de nuevo por esos ejemplares. Más costes que solo va a asumir el autor, y que suponen un ingreso directo para la editorial sin haber vendido aún ningún ejemplar. Su interés se reduce a imprimir libros, recordemos.
  • Negocios fantasma. En el peor de los casos, la ilusión que empujó a la persona a aceptar la co-edición le arrastran a una pesadilla. Hay múltiples historias en internet que hablan de impagos a autores, editoriales que echan el cierre de un día para otro sin previo aviso (y sin pagar sus deudas a los autores)... Hasta casos en los que, después de haber rescindido el contrato con ellos, se descubre que la editorial sigue exprimiendo tu obra poniendo a la venta los ejemplares que se quedó.
Al final, este tipo de empresas no consiguen más que matar la ilusión de quién se ha pasado meses componiendo una historia para compartirla con el mundo. Aspirantes a escritor a los que esta clase de experiencias puede quitarles las ganas de seguir escribiendo, cuando (muchas veces) lo único que les hace falta es el consejo de alguien que tenga más experiencia. Y aunque ese consejo, casi siempre, será un "debes mejorar antes de poder publicar", al menos se evitarían un montón de disgustos.

¿Mi consejo de hoy? Humildad. Las noticias hacen que los éxitos de best-sellers despreciados por grandes sellos parezcan la norma, cuando en realidad son la excepción. Y si has tenido paciencia para esperar una respuesta editorial que no te llega, puede ser el momento de pedir una opinión crítica sobre tu obra. Igual solo necesitas trabajarla un poco más.

martes, 12 de junio de 2018

Mi colección de cuentos favoritos (II)

Hoy, continuando con la lista de relatos que más me han influenciado como escritor, os traigo un clásico del género de terror en el amplio sentido de la palabra. Al fin y al cabo, hablar de H.P. Lovecraft es hacerlo del creador del "horror cósmico".

Mi contacto con el genio de Providence se debió la influencia de terceros, ya que durante mucho tiempo evité la lectura de historias de terror. Hasta que entré en el mundillo de los juegos de rol y uno de mis amigos comenzó a plantear partidas con el reglamento de La llamada de Cthulhu. Aquellas aventuras me familiarizaron con el tipo de historias sobrenaturales que había escrito Lovecraft a principios del siglo XX; y fue estando de veraneo en la playa, sin ningún libro con el que entretener las tardes de estío, cuando me topé con una recopilación de relatos suyos en un kiosco de prensa. Así que me decidí a leerlo. Y resultó que los antologistas habían elegido como punto final al libro El extraño.

(Lovecraft dibujado por Mike Mignola)

De no haber contado con ese relato, sé que la impresión final hubiese sido mucho menos intensa. Para mi, aquella historia fue toda una revelación. En parte, porque jugaba con la temática de las casas encantadas, que es uno de mis temores personales; pero sobre todo porque Lovecraft lo desarrolló en un tono de narración "mundano", en comparación con lo que se consideraría un relato típico de su obra. Nada de fuerzas oscuras actuando abiertamente, monstruos de pesadilla lisérgica o viejas maldiciones acechando en las sombras. La sensación de angustia se produce al conseguir que el lector empatice con el protagonista, por medio de un terror tan "natural" como es el de sentirse vigilado por un intruso. Y párrafo tras párrafo lo pasas sintiendo esa terrible sospecha, preguntándote si ese ruido que escucha o esa sombra que ha entrevisto será el preludio al ataque del villano.

El elemento determinante para que lograse impactarme y esté ahora hablando de este relato fue el giro argumental que Lovecraft se reservó para el último párrafo de su historia. Una revelación que me dejó impactado, y que no volví a experimentar hasta que años después me sumergí en la lectura de Soy Leyenda de Richard Matheson. El extraño me enseñó la poderosa capacidad de inmersión del narrador en primera persona. Cómo esa perspectiva no solo te coloca tras los ojos de un individuo, si no que puede lograr que acabes dentro de su piel; sintiendo sus miedos y sus alegrías. Aunque resulte que sea un monstruo.

Desde entonces, cuando he practicado el género del terror no he podido resistirme a usar seres sobrenaturales y seres dormidos durante eónes. Pero siempre he tenido muy presente ese recurso de la narración en primera persona, para intentar capturar la consciencia del lector y procurar que el efecto de inmersión fuera más potente.



jueves, 7 de junio de 2018

Un anuncio para atar a todos los sorteos...


Quizás ya lo sepáis. Quizás ya hayáis decidido participar. Quizás, hasta tengáis ya un hueco hecho en la estantería para el día en que el mensajero os entregue vuestro ejemplar. Quizás.

Pero igual, a pesar de que lo he anunciado por todas mis redes sociales, tú andabas despistad@ aquel día y no te enteraste. 


¡¡Carmot Press sortea ejemplares de Monozuki, la chica zorro!!

Y como aún quedan 10 días para que se sepa quiénes serán los afortunados ganadores... todavía estáis a tiempo de participar. Así que coged papel y lápiz (o sacarle una foto a este post), para que no se os olviden algunas cosas que conviene tener en cuenta:

  • No hay un único sorteo. Carmot Press sortea de forma independiente varios ejemplares, a través de sus cuentas en redes sociales. Podéis encontrar la publicación con las normas de cada uno en los siguientes enlaces a Facebook, Twitter, e Instagram.
  • ¡Puedes participar tantas veces como quieras! Pero recuerda mencionar siempre a personas distintas y contar el porqué. Si tenéis varios conocidos a los que penséis que les podría gustar el libro, no os lo penséis y hacerles partícipes del sorteo.
Ahora ya no tenéis excusa para decir que no sabíais que se podía ganar un ejemplar, o que se traspapeló el mensaje. La oportunidad de conseguir el libro dedicado está ahí. Y de paso quisiera aprovechar para dar de nuevo las gracias por las palabras de ánimo de un buen amigo, que me ha ayudado mucho a creer en la calidad que atesora Monozuki (con prueba gráfica). 





martes, 5 de junio de 2018

Consejos para aspirantes a escritor

Hace ya más de diez años, cuando mi primera novela comenzó a transitar por el camino que le llevaría a ser publicada, escribí una serie de artículos breves con el propósito de compartir mi experiencia de escritor novel con todos aquellos que aún estuvieran luchando por dar sus primeros pasos en el mundo editorial. Desde entonces, yo he aprendido muchas cosas más y el mundillo ha evolucionado: la autoedición ha crecido hasta dejar de ser algo marginal, las tiradas de libros en papel han menguado a números más modestos, los ebooks siguen ahí sin necesidad de exterminar a la edición tradicional... Así que, aprovechando el lanzamiento de Monozuki, he pensado que estaría bien recuperar aquellas notas y comparar mis sentimientos de entonces con los de ahora.

Aunque el consejo más repetido para todo aspirante a escritor es que debe ser constante con el hábito de escribir día tras día (el de leer se da por supuesto), como éstos artículos estarían más centrados en quienes buscan publicar su manuscrito mi recomendación inicial sería que se armen de paciencia. Para quien no haya pasado nunca por la experiencia de esperar a recibir respuesta de una editorial, le diré que (hace una década) yo lo comparé con el castigo a Prometeo... y que aún lo pienso.

(Rubens fue tan gráfico como muchos otros. Para saber en qué consistía el castigo, aquí lo explican)

Vayamos por pasos. Después de meses sentad@ frente al teclado, al fin has acabado tu novela/ colección de relatos/ poemario... y estás decidido a publicarlo. En primer lugar, habrás dedicado tiempo a rastrear en qué sellos editoriales podría encajar tu obra. Y ¡ojo!, que aquí ya hay que andarse con sutilezas. Si fueras a ofrecer una novela de zombies (el género que nunca muere), no le enviarías el manuscrito a la Editorial Perez, si no que lo harías a su sello dedicado al terror: Fantasmal Perez. Y eso, después de comprobar que están abiertos a recibir manuscritos y seguir cualquier indicación que te hagan al respecto en su página web.

Perdón... ¿he dicho que les enviarías el manuscrito? Pues no. Antes de eso, lo habitual es que le hagas una Propuesta Editorial, que básicamente consiste en un correo para contarles quién eres, qué has publicado con anterioridad, qué clase de obra les estás ofreciendo, cuál sería su público objetivo, etc... (evitando tirarte faroles del estilo "éste libro va a ser el próximo Harry Potter / Crepúsculo / Cincuenta sombras) con una sinopsis general y, a veces, dos o tres capítulos. Como digo, cada editorial impone sus propias condiciones a la hora de recibir obras para estudiar.

(explicación gráfica de la reacción al abrir el correo, el tercer mes de espera, y seguir sin recibir respuesta de la editorial)

Una vez cumplidos estos pasos intermedios, la obra queda en manos de los lectores profesionales. Y la prueba de resistencia de nuestra paciencia acaba de dar comienzo. Los días y las semanas se van desgranando hasta convertirse en meses, y lo que al principio nos parecía un tiempo prudencial para que se llevase a cabo la lectura y algún responsable diera el visto bueno a la publicación se nos acaba antojando como una tortura orquestada a la perfección para sacarnos de nuestras casillas. En mi experiencia, debo decir que muy pocas editoriales me han llegado a comunicar el acuse de recibo del manuscrito, y que la valoración del mismo tampoco se envía en todos los casos (lo que hace imposible saber si ha sido desechada, o continúa en una pila de obras por leer). Y de ello tenemos parte de culpa los autores, porque de un tiempo a esta parte es sabido que se reciben cientos (por no decir miles) de obras para valorar, lo que satura a aquellos que deben efectuar el filtro. Todos estos factores, como es comprensible, colaboran a crear una sensación de frustración generalizada entre los aspirantes a publicar. Y eso es lo que hace que me sienta aún más agradecido por ese correo de Grupo Ajec, que apareció un día de 2008 en mi bandeja de entrada ¡para decirme que me querían publicar!

¿Algún remedio o consejo? Pues más paciencia. O una alternativa profesional: buscar un agente literario que esté dispuesto a representarnos. En mi caso, la experiencia en éste campo fue agridulce porque no conseguimos que ninguna editorial aceptase el proyecto que me traía entre manos; pero, a cambio, tenía información puntual sobre quién estaba valorando la obra, y sabía al momento si tal o cual sello había decidido descartarla. Lo cual, en niveles de tranquilidad y sosiego (aún recibiendo malas noticias), es un plus enorme. Sin embargo, deberéis tener en cuenta que las agencias literarias también tienden a moverse por géneros específicos y que algunos agentes pueden deciros que no porque las obras que vosotros les traéis no se publican en las editoriales con las que trabajan. No es que se cierren en banda si la obra les parece buena, pero igual que con los sellos editoriales es bueno que indaguéis qué perfil de autor es al que están representando.

Y de momento ésto me parece bastante. Nuevos consejos para novatos, en algún momento del futuro. Un abrazo para todos y todas.


lunes, 28 de mayo de 2018

Mi colección de cuentos favoritos (I)

Varios meses atrás, pensando en algún tema que fuera interesante para los lectores del blog, se me ocurrió un peculiar juego literario: de todos los relatos que he leído en mi vida, ¿cuáles consideraría que más me han influenciado, o me han servido para evolucionar como escritor? Eso sí, para hacerlo un poco más difícil me autoimpuse la norma de que solo podía escoger un relato de cada escritor. Y la verdad es que el resultado acabó siendo bastante interesante (amén de descubrir que tal o cual obra tenía un título distinto al que yo recordaba); sobre todo, al organizarlos en modo más o menos cronológico y comprobar quién iba entrando en ese heterogéneo ranking de maestros literarios. Así que he decidido compartir esa lista con vosotros, añadiendo de paso mis recuerdos y una breve reflexión sobre cuál considero que fue su enseñanza o en qué modo pudo influenciarme después.

¡Mentiroso! de Isaac Asimov.
A pesar de que siempre hablo de Julio Verne como el escritor con el que me introduje en la literatura de ficción, todo lo que he podido leer de él ha sido novela. De modo que el honor de "primer relato influyente" recaería en ésta obra del Padre de las Leyes de la robótica.


Mi afición por Asimov se desarrolló, por cierto, alrededor de un dato curioso: cumplíamos años el mismo día. Quizás no lo habría leído con la misma avidez si hubiese escrito relatos románticos, o simple ficción; pero el hecho es que contaba historias de naves espaciales y robots, en una época en la que esos elementos me tenían cautivado por completo. Es más, al hacer memoria estoy casi seguro de que mi primer Asimov fue un ejemplar de bolsillo de una de las aventuras de Lucky Starr, comprado por mis padres durante un paseo por el Rastro de Madrid.

Pero yendo al tema del artículo, ¿por qué he elegido ¡Mentiroso! de entre la infinidad de relatos que publicó? Pues creo que porque fue el primero en el que me enfrenté al dilema de la autoconsciencia de una IA y su muy humano temor a la muerte.


La historia narra cómo la doctora Susan Calvin se enfrenta a un caso inaudito: un androide que asegura que es capaz de leer la mente humana y, al parecer, podría disponer en efecto de esa capacidad. Una que ningún robot debería poseer. Pero el cerebro positrónico de éste en concreto había sido catalogado como defectuoso y, por tanto, ese funcionamiento "anormal" podría ser la razón de que desarrollase una habilidad fuera de lo común. Hasta aquí, y para quienes conozcan la serie de relatos de Asimov protagonizados por la doctora, la trama se movería dentro de lo habitual ya que  ella siempre atendía casos de IAs con comportamientos extraños.

La parte más interesante del relato llega cuando Asimov desarrolla cómo reaccionan los humanos ante las "revelaciones telepáticas" del androide. Y, muy en concreto, la doctora Susan Calvin. Para los que no estén familiarizados con el personaje, se trataba de una eminencia en inteligencias artificiales, fría y solitaria, centrada en exclusiva en la tarea de averiguar qué podía estar fallando en esos cerebros positrónicos para dar una solución a sus problemas. En la actualidad, podríamos situarla en paralelo con la doctora Temperance Brennan de las primeras temporadas de Bones (sin ser una comparación del todo acertada, pero que podría ayudar). De hecho, creo que fue el primer personaje femenino que se me presentaba como una mujer liberada de los estereotipos de esposa y/o madre. En los relatos imitaba un tanto el procedimiento deductivo de Sherlock Holmes con los androides defectuosos que le presentaban, desplegando sus talentos analíticos para hallar la raíz de sus anomalías. Y sin embargo, en ésta historia Asimov permitió que viéramos un lado de su personalidad muy distinto, que nunca jamás volvería de dejar traslucir. Un momento de debilidad que solo se produjo porque el androide puso en jaque el talento de Susan para enfrentarse al caso con frialdad.

Como es obvio, al final acaba por descubrirse la verdad. Y aunque la primera vez que lo leí no le di muchas vueltas, con el tiempo caí en la cuenta de la importancia que tenía el error de funcionamiento del androide. Y en el hecho de que, al ser consciente de cuál era la consecuencia de lo que le pasaba, su reacción no era sino el recurso de supervivencia de una criatura que no quiere morir. 

jueves, 24 de mayo de 2018

De las manías de escritor.

Durante la presentación de Monozuki, la chica zorro, una de las preguntas que me hicieron desde el público fue sobre mis manías. Sobre una de las que provoca más curiosidad y/o admiración, de hecho: la de escribir a mano la primera versión de todos mis relatos y novelas. Una de varias que cualquiera (yo incluido) podría pensar que son inmutables; pero hoy, al repasar unos comentarios que escribí sobre ese tema el año que salió a la venta El secreto de los dioses olvidados, he descubierto que algunos "vicios" han variado con el tiempo y otros nuevos han ido apareciendo.

Plumas y Moleskines. Mi afición a escribir con pluma estilográfica se cimentó durante la redacción del manuscrito de El secreto de los dioses olvidados. Primero, por una razón de calidad estética, ya que escribir la novela con un bolígrafo me parecía un horror (máxime cuando iba a hacerlo en una libreta Moleskine); y en segundo lugar porque aún no estaba muy ducho en la escritura con pluma y eso me obligaba a redactar con una caligrafía mucho más legible (quienes me conocen saben que puedo convertir unas notas en una receta médica). Sin embargo, la costumbre de usar Moleskines se deshizo poco después de acabar el manuscrito. A raíz de tener que encontrar una sustituta para mi pluma (una humilde Inoxcrom), los nuevos modelos hicieron patente que las famosas libretas "de escritor" no se fabrican ya con un papel apto para resistir trazos húmedos. De modo que, mientras la colección de estilográficas crecía, la de libretas tuvo que dar paso a otros cuadernos que imitaban el aspecto vintage que tanto me gusta (Clairefontaine, Leuchtturm 1917...), y solo vuelvo a caer en el viejo fetichismo por algunas de las ediciones especiales que se hacen de vez en cuando, a las que me cuesta mucho resistirme.


Horarios. Cuando hablé de mis hábitos de escritura, hace diez años, me declaré un autor nocturno. Lo cual fue cierto durante mucho tiempo, ya que la mayoría de mis cuadernos estaban rellenos de historias cortas y escenas dispersas, fruto de la inspiración del momento, sin destino concreto pero que esperaba poder utilizar en el futuro... Pequeños experimentos de escritor novato, esbozados en mi habitación antes de irme a dormir, durante los años de universitario. Sin embargo, esa rutina se extinguió por culpa de mis horarios de trabajo, y acabó desplazándose a un momento menos sombrío: las horas entre el amanecer y el mediodía. Y, para poder alejarme de las distracciones que me acechan en casa, he terminado por desayunar en locales donde no me tomasen por loco al sacar los "bártulos de escribir". Lo cual ha acabado por convertirme en un paseante asiduo del barrio de Maravillas de Madrid. Una rutina que, en vacaciones (o cuando viajo) suelo cambiar a la hora de la merienda.

¿Brújula o plano? Las primeras novelas que escribí fueron el resultado de hacerlo sin ningún esquema previo... y son claros ejemplos de redacción "con brújula". Una que sería prima-hermana de la que lleva el Capitán Sparrow en el bolsillo. En mi descargo, diré que esas obras están escritas por un adolescente con el único propósito de contar una aventura; y que la imposibilidad de poner punto final a muchas otras historias fue lo que me convenció de que debía hacer uso de la herramienta "de mapa" por antonomasia: la sinopsis. Eso fue lo que me permitió dar vida a El secreto de los dioses olvidados, si bien la brújula hizo que dibujara algún requiebro en mi camino. Aún hoy, lo reconozco, dejo espacio para la improvisación en la redacción de mis tramas por culpa de una mala experiencia con una sinopsis demasiado rígida. Una costumbre a la que se sigue uniendo, de vez en cuando, la de redactar de forma no lineal, de modo que me centro en la escena que mejor se adecua a mi estado de ánimo de ese día.

Documentación. Si bien para El secreto de los dioses olvidados el trabajo de documentación histórica resultaba poco menos que imprescindible, incluso relatos cortos me han tenido horas buscando información para poder crear ese efecto de verosimilitud que tanto me gusta. Y es la razón de que haya acabado acumulando una pequeña colección de libros de viaje, con el fin de extraer la esencia histórica de los lugares que voy a retratar. E incluso en universos de fantasía como el de Monozuki sigo aplicando el mismo trabajo, ya que me parecen mucho más fascinantes esos mundo en los que no todo es "mágico" (amén de que las peculiaridades de ciertas culturas del pasado, no necesariamente exóticas, son tan interesantes que permiten crear civilizaciones completas en torno a esos detalles de su idiosincrasia). Un método que le ha dado muy buen resultado a autores como George R.R. Martin, por ejemplo. Y yo, debo reconocerlo, me dejo llevar enseguida por la emoción cuando se trata de dar forma a mundos imaginarios.


Cada firma, un regalo. En cierta ocasión me topé con un autor que, a la hora de hacer las dedicatorias, se valía de un rotulador grueso de pizarra con el que escribía una frase antes de rematar la tarea con un elegante garabato. Es una costumbre que he visto practicar en otras personas y que puedo disculpar en sesiones multitudinarias, pero que me parece muy fría, la verdad. Si a alguien le has conquistado con tu lectura hasta el punto de querer tener un ejemplar dedicado, considero que lo justo al esfuerzo que hace él o ella al salir de casa es ponerle un poco de cariño al asunto. Por eso en las sesiones de firmas acostumbro a llevar plumas que me permitan realizar trazos con cierta calidad caligráfica. Mi experiencia al respecto es que el lector se siente más agradecido... y te sirve para crear rivalidades graciosas, cuando se trata de una sesión de firmas grupal y se produce alguna comparación entre tu firma y la de otro compañero.


Y estos son, grosso modo, mis hábitos de escritura más reseñables. Sé que palidecen ante otros como teclear el texto de pie, escribir solo en la cama, encerrarse en una habitación a oscuras, o redactar oliendo manzanas en putrefacción. Uno aún es modesto. Pero confío en que me estén sirviendo para ofrecer a mis lectores mucho entretenimiento, que es mi meta última. 

lunes, 21 de mayo de 2018

De resacas post-presentación

Aunque el título de éste artículo parezca exagerado, lo cierto es que me he pasado todo éste fin de semana dejando atrás los efectos del subidón de moral que me produjo la presentación oficial de Monozuki, el viernes 18. Y no sé si, en parte, se debe a una colleja kármica por cómo había afrontado el evento. Varios días atrás, una amiga me preguntaba si me sentía excitado o emocionado ante la inminente publicación de la novela y, con honestidad, le dije que no. Recuerdo haber estado en una nube cuando El secreto de los dioses olvidados  vio la luz; pero desde entonces el efecto de encontrar mi nombre en un libro (y de ponerme delante de los lectores) se ha calmado. O eso creía yo.


Para empezar, Carmot Press realizó un esfuerzo enorme para dar a conocer el evento en las redes sociales y por lograr que tuviera unos compañeros estupendos junto a los micros: Giny Valrís y Eduardo Vaquerizo. Pero es que, además, acudieron para preparar el sitio donde iba a tener la charla como nunca antes lo había visto hacer en ningún evento del que haya formado parte; de modo que el espacio que nos cedió Generación-X Puebla lucía estupendo. Y uno de los recuerdos que se regalaron a los asistentes, una chapa con la imagen de Monozuki, se ha convertido ya en objeto de deseo de algunos de mis seguidores más veteranos. Todos esos esfuerzos, y el conocimiento de los preparativos que estaban llevando a cabo para la presentación, fue lo que consiguió al fin ponerme nervioso. ¿Iría mucha gente? ¿Se quedaría la sala vacía a causa de la lluvia? ¿Resultaría entretenida la charla?

Mis primeras dudas se resolvieron pronto, y de forma satisfactoria: amén de familiares y amigos muy próximos, las sillas se fueron ocupando sin prisa pero sin pausa con amistades de tertulias literarias, aficionados al steampunk con los que he compartido buenos ratos, lectores beta, y curiosos a los que había llamado la atención el anuncio. El dilema de la afluencia de público quedaba así resuelta, aunque aún faltaba capear la verdadera prueba de la tarde: la charla sobre el libro.


En principio, la presentación iba a ser algo breve. Pero cuando estás en compañía de gente como Eduardo y Giny, que son capaces de formularte preguntas interesantes o enriquecer la conversación con datos sobre la creación literaria sin parar, la charla puede durar hasta el infinito. Así fue como descubrí que le debo a Giny ser lectora beta de una de mis próximas novelas; que Eduardo acabó el libro siendo fan del villano de la historia; comentamos detalles sobre el universo de Monozuki, y cómo hice para desarrollar ese lugar que parece Japón pero no lo es; de las heroínas que han servido para modelar a ésta protagonista que ha conquistado a todos los lectores de prueba; de cómo tardé tanto en empezar a escribir, por culpa de mi afición al dibujo y los cómics; de la evolución en mi propio estilo de literario... y de dónde podrían llevar a Monozuki sus aventuras futuras. Todo en un ambiente entretenido en el que, espero no equivocarme, lo pasamos muy bien tanto los presentadores como los asistentes.


Como es habitual, el punto final del evento lo puso la firma de ejemplares. Para la ocasión me llevé tres modelos de mi colección (más vale pecar de prevenido) que me permiten hacer florituras, y por lo que pude adivinar todos quedaron bastante contentos con los ejercicios de caligrafía e improvisación literaria que se llevaron consigo. Los primeros de muchos, espero.


¿Y ahora? Pues mientras las endorfinas retornan a sus valores normales, me voy mentalizando para futuras charlas con nuevos lectores y, a la espera de que vayan llegando reseñas que ratifiquen el buen feeling hacia la novela, continúo avanzando en las próximas historias de la chica zorro.

P.D. : Gracias mil a mi gran amigo Deepblackday, que se convirtió en fotógrafo inesperado del evento. Con reportajes como el suyo, todo luce aún más espectacular.