jueves, 3 de diciembre de 2015

Los "Cuentos Cuánticos" (6)

Una semana más, toca escoger uno de los relatos de Ni colorín, ni colorado y desvelaros confidencialidades respecto a su creación. Hoy, repasando la lista de cuentos que adapté a otros géneros literarios, me he decidido por una de las rara avis de la colección: El libro de la selva.

Desde luego, seguro que habrá unos cuantos que me dirán que esta historia no es un cuento clásico "en sensu estricto".  y con razón. Pero, si me fijé en él, fue precisamente porque cualquier duda respecto a su naturaleza literaria se debe a la versión animada de Disney. Considero que este es uno de los casos evidentes en que una obra pasa por el "taller de chapa y pintura" del estudio, y a partir de ese momento se le coloca la etiqueta "para niños"; de tal modo que cualquiera de esos pequeños queda convencido de que la historia edulcorada que han visto es justo la que encontrarían en un libro.

Por eso, me interesaba recuperar el principio básico del relato; el niño salvaje criado entre lobos, y quise llevarlo al extremo. Lo cual hizo que me acordara de un texto previo, redactado para formar parte de un proyecto de novela de terror que nunca llegó más allá. Una historia en la Guerra del Pacífico donde un grupo de soldados se veían enfrentados a un monstruo horrible. Por aquel entonces el relato ya había pasado por un par de reescrituras, y formaba parte del grupo de "textos a aprovechar en concursos". De modo que lo saqué del cajón y comencé a hacer las correcciones necesarias para adaptarlo a la idea que tenía en mente.

De todas las modificaciones, la mayor de ellas afectó al momento histórico en el que tenía lugar. Decidí retrasarla hasta la época del Imperialismo Colonial, porque mi primera intención fue desarrollar la historia como un "epílogo" al cuento original. Después de todo, ese Mowgly siguiendo un impulso de atracción hacia los humanos y olvidando a los animales no era más que una manera de establecer la superioridad de lo civilizado sobre lo salvaje. Y yo estaba pensando en otros ejemplos más realistas de niños criados en la naturaleza (El pequeño salvaje, de Truffaut, en concreto), aunque sin olvidarme del tono de una novela de terror. Y como algún lector de las versiones previas me había señalado que "los monstruos dan más miedo si en realidad son humanos", procuré trabajar sobre el concepto de un Mowgly adulto. Un señor de la selva, desprovisto de todas las características bondadosas de un Tarzán. Una criatura dispuesta a matar para expulsar de su hogar a los invasores.

En la presentación del libro, Juan Antonio Román apuntó que el relato le había recordado al Aliens de Cameron. Y teniendo en cuenta mi admiración por esa película, no sería de extrañar que hubiera influenciado en mi narración. Desde luego, el ambiente claustrofóbico y cierta ambientación "alienígena" no le falta al relato. Aunque también ha habido quien, queriendo hilar más fino las comparaciones cinematográficas, le saca un mayor parecido con el primer Depredador (del cual también soy fan, para qué vamos a negarlo). 

Una vez acabado, sin embargo, se me planteó un gran problema: dónde ubicarlo. Mi primera intención, como ya he dicho, fue convertirlo en un epílogo. Pero esta idea chocó con el hecho de que su lenguaje no era el de un cuento clásico, como ocurría en los demás relatos. Al final, había resultado más bien como una versión oscura y retorcida del cuento de Kipling. Una novela de terror en la época victoriana. Y debido a eso fue por lo que acabó entre los Reflejos del espejo cuántico

En cuanto a la opinión de los lectores, poco tengo que contar, ya que este ha sido uno de los cuentos que mejores críticas ha cosechado desde el principio. Aunque ese éxito deviene con total seguridad de las sucesivas reescrituras y pulidos que traía de antes. Si acaso, hubo quien me pidió cambiar el final por uno menos abierto (algo complicado, dado que es una solución que empieza a ser parte de mi estilo). Pero, por otro lado, debo confesar que no es uno de mis favoritos. Más allá del normal orgullo que todos sentimos cuando sabemos que a alguien le ha gustado una obra que has creado tú, no le doy mayor importancia. Y supongo que eso se debe a que no me supuso el mismo esfuerzo creativo de otros relatos, a los que sólo pude ponerles el punto final después de estrujarme las neuronas.

Y eso es todo. Espero que os haya resultado interesante, y os emplazo a seguir descubriendo cómo fue el proceso de escritura de Ni colorín, ni colorado.

Un saludo.



(Ni colorín, ni colorado se puede adquirir en formato físico o digital en Amazon. Y si vives en Madrid y prefieres echarle un ojo antes, pásate por Generación-X Carranza).



(Aquellos que vayan a leerlo, tengan en cuenta la prescripción facultativa del autor: para disfrutar los relatos, no lean más de dos al día. Igual que las bolsas de caramelos, si se lo tragan de una sentada es posible que se les empache)

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